jueves, 21 de abril de 2011

Más allá de la muerte 1.3


Aquel macabro espectáculo me tenía completamente absorto, pero cuando sus miradas de ojos muertos se clavaron en nosotros, reflejando su hambre infinito y visceral, salí de mi estupor con una sola idea en la cabeza.
Teníamos que salir de ahí inmediatamente.
Marta tiraba ya de mí para obligarme a moverme, así que, girándome en redondo y cogiéndola de la mano, empezamos a correr. Solo alcancé a echar una mirada atrás, pero fue suficiente para forjar en mí la necesidad de correr hasta que nos fallasen las piernas, pues lo que vieron mis ojos fue al antaño jovial anciano alzándose de nuevo, ahora tambaleante; como si litros de alcohol recorriesen su cuerpo; y mientras su descomunal estómago abierto vertía las tripas que no  habían sido devoradas sobre el suelo embaldosado.
Devolví la vista al frente, ignorando el amargo sabor de la bilis que ascendía rápidamente por mi garganta y me concentré en correr más rápido.

Nuestro objetivo asomó enseguida entre los demás edificios; así que, sin  esperarme a estar más cerca, empecé a rebuscar entre el manojo de llaves, la que nos permitiría acceder a su interior.
Al llegar a la entrada ya tenia la llave entre los dedos, así que la metí en la cerradura y el pánico se adueñó de mí… pues la maldita puerta se negaba a obedecer mi mandato. Saqué la llave, perplejo, preguntándome como me podía haber equivocado.
La miré de nuevo, solo para volver a meterla un instante después, era la llave correcta, pero por alguna razón no quería abrir. La sacudí con fuerza.
El terror empezaba a extenderse por las calles y la puerta seguía sin ceder. Gritos, llantos y el sonido de pisadas de gente corriendo nos rodeaban, sumergiéndonos en el caos atronador que ahora reinaba las calles.
Marta aporreaba el interfono, pulsando los botones de todos los pisos, asustada. Yo le arreé un soberbio puntapié a la puerta mientras mentaba a la madre del cerrajero. Miré atrás. Di gracias porque los caníbales parecían incapaces de correr incluso yéndoles la vida en ello, y las di también; con una punzada de remordimientos; por que hubiese gente incapaz de correr tanto como nosotros. Saqué la llave de nuevo y la volví a meter antes de intentar abrir por enésima vez, ya al borde de la desesperación.

lunes, 11 de abril de 2011

Una freda nit


Un texto que escribí hace muuuuchos años... creo que durante la ESO, y me apetecia colgarlo


"La lluna era al firmament coronada per centenars de brillants estrelles que fèien pampallugues. Il·luminat amb la pàl·lida claror que aquestes projectaven, un home es guiava pels carrerons de Barcelona. El so de les seves passes ressonava per tot arreu, trencant el sepulcral silenci que envoltava la nit. Una nit estranya, que semblava amagar alguna fosca intenció.
El càlid alè de l’home s’esmunyia per entre les seves dents. Un alè que es convertia en un gas fumejant, que es fonia en la gelor de la nit que envoltava la ciutat.
El fred, que semblava sorgir de les mateixes pedres, era molt intens.  S’esmunyia dins del cos de les seves víctimes, però semblava que l’home ja ho sabia, perquè anava cobert amb una fosca capa que quasi s’arrossegava pel terra, a més de tapar-se la cara amb una caputxa.

Dong... Dong.... Les campanes de l’església indicaven que només faltava un quart d’hora per a que la lluna arribés al seu zenit.
De sobte, una gota de llum va passar dringant per davant de la seva cara. Era un floc de neu. En aixecar el cap, es va adonar que els pocs núvols que cobrien el cel, començaven a descarregar un mantell de pàl·lida blancor a l’empedrat dels carrers.
Va continuar avançant fins que va arribar a la casa. Una llum projectava l’ombra d’un home  al terra del carrer, a través d’una finestra de vidres opacs.
L’home es movia pel seu interior, d’un cantó a l’altre. Semblava estar acompanyat d’altra gent, com si a l’interior de la casa s’hi celebrés una reunió, d’on sobtadament va brollar una forta riallada. Poc després, un home elegantment vestit va sortir tancant d’un cop la robusta porta de fusta de roure i mentre s’estava al llindar de la porta, s’anava posant un feixuc abric de pell que semblava molt car.

Tot això havia vist l’home que havia estat caminant sol pel carrer fins que en arribar davant d’aquella casa, s’havia esperat en un racó poc visible i a la fosca. L’home de l’abric de pell el va veure i se li va atansar amb passos ràpids i sorollosos, que delataven la fúria i la ira que carregava en el seu interior.



-Hola Barón – li vaig dir jo amb el meu millor i més educat castellà – Ha cambiado de idea? ¿Ya no desea mis servicios?

-Cállate – em va contestar tirant-me una bossa plena de monedes d’or –Es el doble de lo acordado, así que asegúrate de matarlo hoy. No quiero que ese desgraciado vuelva a acercarse a mi hija... mañana vuelvo a Madrid y como vea aparecer a ese cerdo por palacio otra vez… haré que alguien más capaz se encargue de el, y también de ti- va dir amb una cara carregada d’odi.

-Tranquilo Barón, no tema, yo hago bien mi trabajo- Vaig dir, reprimint la meva ira.

-Eso espero- Va contestar mentre es dirigia al carruatge que l’esperava a la cantonada del carrer.

Vaig fer una reverència mentre el cotxe de cavalls passava sorollosament  davant meu. Les rodes, a l’igual que les ferradures dels cavalls, retrucaven contra el terra empedrat, deixant la marca de les peülles i les roderes a la neu verge.
Vaig esperar, tranquil·lament, a l’ombra d’un edifici proper fins que finalment un jove va sortir per la porta de la casa. Semblava encara més ric que el Baró. No era molt alt. Devia fer un metre i setanta centímetres, cabells llargs i foscos, ulls clars, bell de rostre. No era pas un mal partit, però l’odi del Baró devia de venir del fet que el jove no fos noble, sinó burgès, i a més segurament era català. Caminava trepitjant fortament el terra, com si estigués enrabiat. Quan va passar per davant meu estava tan pensarós que no em va ni veure. Quan estava a punt de girar per una cantonada, em vaig posar a caminar sigil·losament per darrera seu, com tantes vegades havia fet.
Em vaig anar acostant fins que el vaig tindre al meu abast.
Una de les meves fredes mans es va posar a l’espatlla del jove. Ell es va girar amb un gran ensurt, com si hagués vist el tètric espectre de la mort recolzant una de les seves esquelètiques mans al seu damunt. Com si d’una horrorosa falç es tractés, la meva daga va descriure un gran arc abans de clavar-se a l’estomac del noi.

Novament la fulla de la meva daga s’enfonsava a les entranyes d’una víctima, i en treure-la, un doll de sang començà a brollar de l’interior de l’home. Sempre em quedava absort mirant com la sang queia a terra, contemplant la cara de la meva víctima mentre exhalava el seu últim alè, mentre notava com la vida se li escapava del cos.
Desprès de netejar la daga, la vaig guardar.
Una vida mes.
N’havia arrabassat tantes que aquest fet ja no tenia cap importància.
Mentre m’anava allunyant d’aquell tros de carn exànime, pensava que aquella nit feia molt fred."

Más allá de la muerte 1.2


Casi sin darme cuenta, de forma instintiva, di un paso atrás, como intentando alejarme de esa imagen que se clavaba en mis ojos, pero no pude dar otro, un terror primario y absoluto me paralizaba.
Estaba presenciando una carnicería… pero no era simplemente eso lo que me helaba la sangre… era el cómo… era el quién. Un tío que no debería poder mantenerse en pie, estaba acribillando a dentelladas a un pobre octogenario.

El ansia devoradora pareció desaparecer momentáneamente de la cara del hombre, que alzó la cabeza y aflojó su abrazo, dejando caer en el asfalto el cuerpo desgarrado y sin vida de su víctima. Y arrastrando los pies, volvió a ponerse en movimiento, echando una mirada a su alrededor, mientras de nuevo, sus facciones se tensaban con la agresividad de una bestia. 
Uno de los ancianos, humildemente vestido y que llevaba unas gruesas gafas en la punta de su tambaleante nariz, se giró y echó a correr, mientras que el otro, poseedor de una barriga realmente impresionante, se quedó petrificado sin atreverse a mover un dedo.
Casi debió parecerle como si la misma muerte se le acercase paso a paso, intentando hacer presa de su marchito cuerpo, aunque, cuando fue agarrado despertó de su ensoñación e intentó zafarse, pero con tan mala suerte que los dos acabaron en el suelo, donde empezó a patalear para quitarse a su agresor de encima. Pero de nada sirvieron sus esfuerzos, pues el atacante fue estrechando el cerco, impidiendo sus movimientos e ignorando los golpes que le caían encima mientras, imbuido por una especie de furia incontrolable, empezaba a propinar mordiscos a todo lo que quedaba al alcance de sus mandíbulas y tragando, sin pararse a masticar, los pedazos de carne que conseguía arrancar del cuerpo del desdichado anciano.
Poco después de que ambos cayeran al suelo, el anciano de la chaqueta de lana se incorporó, y mientras mis ojos se abrían como platos, profirió un gemido igualmente escalofriante, y se abalanzó sobre víctima y agresor, para unirse al festín que proporcionaba  voluminoso cuerpo del viejo, cuyos espasmos descontrolados iban cesando poco a poco, hasta que todo movimiento se detuvo por completo al exhalar su último aliento.

Casi al unísono, los dos caníbales se cansaron de comer y levantaron la vista en busca de un nuevo objetivo.

domingo, 10 de abril de 2011

Más allá de la muerte 1.1


-                    ¡Mierda, mierda y más mierda!
Se repetía en mi interior desesperadamente, mientras mi mente daba traspiés de un lado a otro de mi cabeza sin lograr hallar nada a lo que aferrarse, y mis manos trabajaban afanosas, intentando detener una hemorragia que sabía que no pararía.
Cerré los ojos, ahogando el llanto, conteniendo la desesperación, intentando mantener la poca cordura que me restaba para lograr obtener una explicación a lo que había pasado.

¿Quién hubiese podido decir hace tan solo una semana, que todo iba a acabar así?… la concepción que tenía del mundo, y de todo lo que lo rodeaba amenazaba con desmoronarse profanada por una nueva y dantesca realidad.
Toda la claridad, firmeza y tranquilidad de mi vida, se rompió con la llegada de Marta a la plaza de Santa Teresita, donde yo la estaba esperando. Fue entonces,cuando algo en mí interior se desgajó, casi como si hubiesen desgarrado el tenue velo que separa la pesadilla de la realidad…

Su silfídica figura se acercó mientras se encendía un cigarrillo y se guardaba el paquete de tabaco en el bolso; ese tan original que le hizo su madre bordándole un murciélago y la burlesca y sonriente calavera de Jack Skellington.
La verdad es que siempre me había recordado a una sirena, no solo por su dulce e hipnótica voz, que me embelesaba como un sueño con tan solo una palabra; también por sus ojos, de intenso azabache, capaces de atraparme en unos pozos insondables. Realmente, era como si con ellos pudiera escrutar hasta lo más hondo de mi alma.
Su oscura melena, de cabellos suaves como la seda, era como una talla de ébano,que recortaba un rostro blanco como la nieve, donde una brillante sonrisa se dibujaba en sus bellos y sonrosados labios.
Yo también sonreí, y cuando iba a besarla, algo llamó mi atención.

Lo divisé a la distancia, mientras surgía de un oscuro portal. Era un hombre joven, de no más de treinta años. De su boca manaba sangre a borbotones, que le salpicaba la ropa por todas partes. Avanzaba renqueante mientras emitía unos lastimeros y alargados gemidos que inevitablemente me resultaron de lo más inquietantes. Su cara era extremadamente pálida, y resultaba realmente desagradable; pues creaba un contraste muy extraño con el color vivo y brillante de la sangre roja.

Un hombre mayor vestido con una chaqueta de lana se le acercó, presumiblemente para preguntarle que le había pasado y si se encontraba bien.
Cogí el móvil dispuesto a llamar a una ambulancia, pero justo cuando el anciano llegó hasta el hombre, éste lo agarró y lo estrechó entre sus brazos en un antinatural abrazo que me arrancó una mirada de incredulidad y que casi provocó que se me cayese el teléfono de las manos.
El pobre viejo se revolvía en los brazos de su captor visiblemente incómodo, y le gritaba a forma de protesta, ya que su ropa también se estaba manchando desangre.
Un par de ancianos se acercaron también para ver lo que sucedía, seguramente más impulsados por la curiosidad ante tan extraña circunstancia, que por la idea altruista de ayudar al prójimo.
Justo entonces, los gritos enfurismados se tornaron en auténticos alaridos de dolor al hundirse en su cuello los dientes del hombre ensangrentado. Las sonrisas socarronas de los involuntarios espectadores se convirtieron en muecas desencajadas por el horror que me helaron la sangre, mientras sus gritos de desesperación retumbaban en mis oídos.
Entonces sí que se me resbaló el móvil.