jueves, 21 de julio de 2011

Más allá de la muerte 1.5


Seguí mirándola mientras asumía esa parte de mí que la necesitaba a mi lado. Era débil. Y me maldije por serlo.
Dios sabia que pronto no quedaría sitio para la debilidad en el mundo, así que haciendo de tripas corazón, logré llegar a una determinación.
Marta debía irse.
Tenía que ponerla a salvo, tanto por ella como por sí mismo.

Marta daba su segunda calada mientras yo me dedicaba a tales reflexiones y empezaba a marcar un número de teléfono.
Esta vez tuvo mejor suerte y halló a su interlocutor, a quien saludó entre sollozos, su hermano mayor.

Me alcé entonces, como en trance y me dirigí al recibidor.
Necesitaba comprobar una cosa.

No estaban. Genial.
Mis padres se habían llevado el coche. Debían de estar camino a las piscinas, aunque con algo de suerte podrían salir fuera de la ciudad y estar vivos.

Descarte esa idea y busqué un plan B.
Puede que la bicicleta sirviera. En un principio pensé que, aunque no ofreciera la protección de un automóvil, seguramente lo compensara con su sigilo. Dudaba que su pedaleo fuese a atraer la atención de los “devoradores” del mismo modo que un motor en marcha, aunque cuando no habían pasado ni dos segundos desde que notase la ausencia de las llaves, algo me hizo rechazar ese nuevo plan…
La verdad es que no me veía dejando que Marta saliese a la calle al volante de ese cacharro cochambroso que llevaba dios sabe cuántos años criando polvo en el trastero del edificio.

Volví al comedor, donde la encontré hablando histéricamente, intentando a la desesperada convencer a su hermano de algo imposible. Aunque si alguien podía hacerlo, era ella.

Como predije, al cabo de un rato Marta había conseguido lo que quería, como siempre, pues logró que su hermano no se tomara sus advertencias a la ligera y que le prometiese ir con cuidado.
Se despidieron y Marta colgó con un “te quiero” que más parecía un “adiós” vacio y roto, que un “hasta pronto”.

Levantó los ojos, y esta vez fui yo quien encontró su mirada. Se la sostuve mientras una nueva idea flotaba en mi cabeza.
Tragué saliva para dar tiempo a que el nuevo plan acabara de gestarse y, en honor a la verdad, para permitirme reunir el valor necesario como para abrir la boca.
Respiré hondo y hablé:
-¿Has bajado en coche no? Dime que no has venido en autobús…
Ella me miró perpleja – Si, he venido en coche… ¿por qué? – Su expresión torció a la sorpresa – Un momento, ¿quieres que nos vayamos en mi coche?
-No exactamente…